CUENTO

CUENTO:
“Diario de Jara, una perra border collie (pucelana sin fronteras)”

Al oír el suave roce del anorak en el perchero, saltó rauda  de la cama y se precipitó hasta el final del pasillo junto a la puerta. Su mirada intensa no consiguió el hechizo deseado, pues escuchó la fatídica orden “atrás” por parte del cánido bípedo. Inmóvil y ya con la mirada abatida, esperó   el ruido desagradable del  portazo que la condenaba a horas de soledad. Este día, como la mayoría, lo pasaría enroscada en el sofá que impregnado de olores, le hacían sentirse acompañada.
 Ocupó en principio el extremo de los cojines, era su sitio favorito; allí estaba un poco hundido aquel más blando que le gustaba tanto lamer, aquel con aroma a cabellos bañados de flores y praderas y, tras apoyar su cabeza en él, se le cerraron los ojos.

 Disfrutando de  los perfumes, su sueño fue llevándola por campos verdes inacabados, donde cuadrúpedos de orejas alargadas corrían veloces sin dejarse atrapar; por ríos tranquilos donde beber y refrescarse las ingles, o  también chapotear sobre el barro blando; por pinares resinosos en los que pequeños cuadrúpedos saltarines de cola larga, trepaban a los troncos al sentirse acosados, sin permitir el juego de las carreras.

Cansada de la postura enroscada, se volteó cambiando el sitio y la posición, la cual dejaba el vientre hacia arriba refrescándolo y la cabeza rotada. Entonces comenzó a percibir el olor al cuero del calzado del bípedo más pequeño de su guarida, el cual, cuando llegaba a la madriguera, no paraba de acariciarle y ladrarle en formas incomprensibles. Ella, le tenía un gran respeto, siempre estaba dispuesto a jugar y a compartir la merienda a pesar de estarle prohibido, pero también la cansaba sin entender cuando dejarla reposar y de darle órdenes, la mayoría de las veces sin venir a cuento. Por ello, si no era para jugar o a la hora de la merienda, prefería hacerse la esquiva. Con el olor a cuero y sudor, el sueño esta vez le llevo a pelotas que atrapar al vuelo, a ramas que arrancar la corteza, a mordedores que disputar a tirones, a sentirse el capitán del equipo de los pequeños bípedos de la calle, cuando jugaban con el gran balón, que no pasaba la portería que ella defendía, por muy alto que se lo enviaran. Estos, ladraban tanto como ella, pero no sabían pastorear ni conducir balones.
Hasta que sintió la proximidad del bípedo grande, tardaría aun unos minutos, pero era el momento de retomar la posición junto a la puerta y, como siempre, al ruido de la cerradura le continuó asomar el morro por la puerta entreabierta y saludó contenta el final de la larga siesta.

Volvió a su sitio en el sofá, ahora expectante a cada movimiento de su líder: si sonaban plásticos en la cocina, iría rápidamente a la puerta para acompañar a tirar la basura y  vigilar a los gatos del barrio, los cuales, con frecuencia, merodeaban por los contenedores; si sonaban las llaves del coche,  intentaría acompañar a hacer la compra:! que mal hacia las compras si ella no viajaba en el asiento delantero¡ era capaz de comprar ropas o electrodomésticos inútiles en vez de filetes, yogures o fruta; si se sentaba a leer el periódico, ella, semidormida pero expectante, esperaría tranquila por estar acompañada; si sonaba la puerta de la lavadora, habría que correr a espantar los gatos del patio donde se tendía la ropa, y esa tarea nadie la sabia hacer como ella……

Pero sobre todo, estaría pendiente del sutil roce del anorak en el perchero, así empezaba siempre el recorrido por ” su territorio “; unas veces vería a Bongo su amigo de infancia, que le hacía cruzar la calle sin obedecer para ir a saludar; otras se toparía con “Tonto”, perro macarra que no sabía ir suelto y le provocaba ataques de hilaridad por su actitud machista, ante el cabreo de su bípedo, que no paraba de ladrar “ ATALA, ATALA, QUE LA ATESSS...”;  pero la mayoría de las veces vería a numerosos colegas bien educados que no dejaban pasar la ocasión para saludar amablemente; y, por supuesto, tendría que ir atenta por si había que correr algún atrevido gato, estos deberían volverse a los árboles donde viven y no pisar su territorio……. y es que los canidos bípedos se quedan pasmados y no sabían hacer esa tarea……si ella pudiera subir a los árboles…..

                                                                                         Eugenio Cid Cebrián


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